sábado, 11 de mayo de 2013

Nuestra empresa está en las redes sociales. Qué guays somos.

Esta es, lamentablemente, la idea que reside en la mente de muchos directivos españoles. Como si tener un perfil en Twitter o una página en Facebook fuera algo súper novedoso.

Hace 3 o 4 años, 2 si me apuráis mucho, esto podría ser cierto. Pero si un directivo a día de hoy, en 2013, cree que por el hecho de estar ya va a generar interés, lamento decirle que llega muy tarde.

Es un hecho que he comprobado mil veces: los responsables de marketing, y directivos en general, de la mayoría de empresas tienen muy poca cultura digital. Van varios años por detrás de la sociedad en la adopción de tecnologías, algo que muchas veces no sólo hacen tarde, sino también mal.
Que todavía el mensaje que se traslada sea "síguenos en Facebook" esperando que hordas de usuarios se hagan fans de su página porque sí, porque mola, es una prueba palpable de lo equivocados que están.

Hoy en día, no basta con estar, hay que currárselo. Y como en cualquier otro aspecto del mercado, cuanta más competencia tienes más te lo tienes que currar. Y si no te trabajas unos contenidos realmente atractivos y una interacción modélica, lo estarás haciendo mal y empezarás a decir que las redes sociales son una mierda (ver post anterior de este blog).

Estar en Facebook o en Twitter no es ninguna novedad. Ya no nos vale el apelar a la curiosidad de la gente. Ahora el seguidor es una pieza codiciada por muchos, y la, cantidad de atención que una misma persona puede dispensar a varias empresas es limitada.

La teoría del marketing de atracción nos la sabemos todos. Se han escrito toneladas posts y estudios sobre ello. Entonces, ¿por qué resulta tan difícil aplicarla?. Yo creo que hay dos motivos: la falta de recursos y la sobrevaloración que las empresas hacen de sí mismas.

Empecemos por dejar algo claro: muchísimas empresas no tienen ni idea de por qué la gente les compra. Entre otras cosas, porque jamás se lo han preguntado a sus clientes. Creen que "vendemos porque somos buenos" y ese es el primer error. Las motivaciones de compra son algo muy complejo en el que intervienen numerosos factores, pero lo más difícil es que alguien te compre simplemente porque le gusta tu marca. Eso vale si eres Apple, Adidas, Nike...pero no es tan fácil si eres el Hotel Ultramar o la cadena de panaderías El Bollo Feliz.

Como no sabemos qué les interesa a nuestros clientes de nosotros y tenemos una imagen amplificada de nuestro negocio, cuando llegamos a las redes sociales es cuando empieza el baile. Nos dicen que hay que aportar contenido de valor, ¿qué mejor que hablar de nuestros productos, que son buenísimos y la gente se mata por comprarlos?

Primera regla: si quieres seguidores comprometidos con tu marca, tienes que darles algo a cambio. Algo que realmente sea valioso para ellos y que justifique el esfuerzo de leer lo que escribes. Hay que decir a la gente por qué deben seguirte en Facebook o Twitter, qué les vas a dar por allí que no puedan obtener en otro sitio.

Ejemplo de lo que no se debe hacer: unas bodegas, de cuyo nombre no quiero acordarme, que se dedican a poner fotos de todas las catas de vinos que realizan, sean en Valladolid o en Londres, mezclado con promociones ineficaces y contenido copiado y pegado de blogs de enología donde hablan de ellos. Nada sobre el proceso de elaboración de su vino, ni sobre sus viñedos, ni sobre la vendimia, ni sobre cómo catar un vino, ni sobre otros vinos (¿o es que pretenden que la gente sólo beba el suyo?)...y mil cosas más que le interesarán mucho más a los amantes del vino que el autobombo vacío.

En general, si quieres algo de la gente, tienes que pagar por ello. O pagas en dinero (con una promoción especial para tus seguidores, algo de lo que no puedes abusar) o pagas en el esfuerzo de entender qué puedes aportar que sea realmente interesante para el tipo de persona a la que quieres llegar. Y si uno o dos días no tienes nada que decir, no pasa absolutamente nada. No es necesario estar continuamente bombardeando a tus seguidores con mensajes.

Imaginemos dos cazadores que quieren cazar ciervos. Uno de ellos se molesta en buscar el arma del calibre adecuado, en conocer las costumbres de los ciervos y su comportamiento, en buscar el sitio adecuado para acechar, etc. El otro, más chulo que un ocho, se ríe del anterior, dice que él tiene una puntería fenomenal y se dedica a salir al monte y pegarle un tiro a todo lo que se mueve. El primero cazará ciervos. El segundo cazará liebres, perdices, zorros, a su propia abuela que pasaba por allí y, a lo mejor, un ciervo.

Ya os imagináis qué tipo de cazador es el que más abunda en las empresas españolas...

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