miércoles, 11 de marzo de 2009

No hay atajos.

Tanto en lo profesional como en lo personal, todos buscamos atajos. Forma parte de nuestra cultura. La sociedad competitiva y esquizofrénica en la que vivimos nos ha educado para conseguir objetivos rápidamente y si no desecharlos y marcarnos objetivos nuevos. No importa el año que viene o el siguiente, lo que queremos lo queremos ahora. Toda la publicidad se aprovecha de esta necesidad, es más. su objetivo es crearnos necesidades nuevas.
No es de extrañar que, al calor de todo esto, los vendedores de sueños estén tan de moda. Disfrazados con metodología pseudocientífica a veces, o como técnicas ancestrales, han surgido cientos de "técnicas" y "metodologías" que bajo el eufemismo del "crecimiento personal", la "estrategia empresarial" o incluso la "gestión del conocimiento" nos ofrecen todo un abanico de posibilidades que nos prometen llevarnos a alcanzar nuestros objetivos, tanto a nivel personal como empresarial.
No tengo nada en contra del yoga, el tai-chi, el feng shui, la planificación estratégica, la gestión del conocimiento o cualquier otro de estos métodos. Lo que me da miedo es el uso que pretendemos hacer de ellos. 
Hay personas que sinceramente se han creído que por hacer algo de esto son mejores personas. Conozco gente que debe tener, según ellos, una vida interior fantástica, pero que en el resto de aspectos de su vida no se nota en absoluto. Han puesto a su experiencia interior por encima de sus experiencias físicas cotidianas, probablamente porque éstas no les gustan en absoluto. Creen que replegándose dentro de uno mismo encontrarán la manera de evadirse de lo que no les gusta o, lo que es peor, que a través de experiencias interiores van a mejorar su vida. 
A mí me suena pseudoreligioso, pero a religión mal entendida. Del mismo modo que se vio que no bastaba con rezar a Dios para conseguir objetivos en la vida ("A Dios rogando y con el mazo dando"), mucha gente acaba dándose cuenta que los problemas en la vida se resuelven, además de preparándose interiormente, afrontándolos.
A nivel empresarial es peor la cosa. No es que no se afronten los problemas, pero se ha extendido una especie de "new age" empresarial, pregonador del buen rollito como solución a todos los problemas, que pretende que los trabajadores no sólo vayan contentos a trabajar sino que se identifiquen con su empresa y se sientan orgullosos de ella. No diré que eso no sea posible, pues hay un puñado de empresas que lo han conseguido. Muchas som empresas familiares con varias generaciones en las que se ha establecido una cultura tradicional de "familia" con los trabajadores. Algo muy duro y que necesita de muchos años para desarrollarse. Algunas otras lo han conseguido creyéndose de verdad que las personas importan y creyéndose de verdad que las ideas de cualquier empleado son tan buenas como las de un directivo, caso, por ejemplo, de Google. 
Puesto que si queremos tener unos trabajadores implicados no podemos esperan cincuenta años, no nos queda más remedio que imitar a Google. Pero claro, lo hacemos mal. Como en la mayoría de los casos, los que tienen el poder, la "casta" dominante no cede posiciones por las buenas. ¿Admitir que una persona sin varios masters y títulos rimbombantes puede tener ideas tan buenas como uno de los alambicados directivos? ¿Creer que la experiencia del día a día es tanto a más valiosa que la sesuda planificación en los despachos? Ni de coña. Pero como algo hay que hacer, nos apuntamos al new age empresarial, ponemos en marcha acciones de responsabilidad social corporativa, redecoramos la oficina para que parezca una discoteca chill-out... pero no nos creemos nada de ello. Lo hacemos "para tener a la gente contenta", pero no tocamos un pelo sus condiciones laborales para que sus empleos sean menos precarios o sus salarios más justos. Queremos que asuman responsabilidades y nos quejamos de que no quieran hacerlo, pero no estamos dispuestos a compartir los beneficios. Ahora en época de crisis les pedimos un esfuerzo salarial y les regateamos el sueldo, pero nosotros no variamos un ápice nuestro estilo de vida. 
Es decir, que las empresas pregonan valores que sus directivos no cumplen, y mientras eso sea así, ya pueden poner aromateriapia en la oficina o presentar rimbombantes planes estratégicos, seguirán sin tener credibilidad.

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